jueves, 20 de diciembre de 2018

Una historia de amor


'Es ideal', pensé para mis adentros, mientras contemplaba su luz, enmarcada en el ambiente cuasi irreal de la tienda en su conjunto. Derrochaba sencillez y encanto a partes iguales, deliciosa composición. Miré el precio: quinientos cincuenta euros. No soy asustadiza, pero pensé automáticamente en cuántas cosas podría solucionar con ese dinero.... una letra de la hipoteca, el último susto del coche, que se empeñaba en estropearse cuando menos lo necesitaba, las vacaciones en mi isla de fantasía....
Pero aquella lámpara acababa de fascinarme, con sus tallos de forja, enramados de hojas y tulipas de racimos de uvas, que filtraban una luz verde hechizante. La veía en un rincón especial de mi casa, en ese rincón exquisito del que hablaba la canción, en donde aún podía sentarme y dejar que mi mente reposara fuera del mundo común, fuera de las emociones cotidianas y tediosas.
Por un momento fantaseé con la imagen perfecta, con su luz. Después, soltando la etiqueta del precio que aún sostenía entre los dedos, sacudí la cabeza y me encaminé a la salida.

Confieso que la tienda siempre había llamado mi atención cuando caminaba por la calle y miraba al escaparate, que mostraba un pequeño mundo lleno de detalles, de luces, colores, en una atmósfera casi de sueño. Cuando entré sentí que caminaba en otra realidad, tamizada de calidez, rodeada de objetos bellos, casi imposibles. En parte me costaba trabajo marcharme.
Al posar la mano sobre el picaporte de la puerta, sentí muy cerca una presencia.
-      No salgas ahora, está diluviando. Puedes esperar dentro a que pare un poco.... si te parece.
Miré en acto reflejo al cristal de la puerta antes de mirar atrás. Mi expresión debió de parecerle divertida, porque me sonreía. Me giré y le vi, un hombre de edad indeterminada (como debía de parecer yo también, pensé), que me observaba a dos pasos. Efectivamente, fuera llovía con fuerza, y ya era noche cerrada. Por la calle no había movimiento apenas, y los transeúntes caminaban con una cierta prisa, refugiándose en marquesinas y toldos desplegados. Miré mi reloj, era prácticamente la hora de cerrar, y como si leyera mi pensamiento, me respondió, con mucha naturalidad- No tengo prisa en cerrar. Ventajas de ser el dueño y sufridor de este establecimiento- remató con una sonrisa.
-              La verdad, que llueve...- dije un poco dubitativa. Me debatía entre la comodidad de quedarme en aquella atmósfera de semi realidad, y la situación un tanto extraña de permanecer en una tienda una vez cerrada, con un dueño amable y encantador- De acuerdo, me quedo, ya que no molesto.
Él sonrió una vez más, lo cual me hizo pensar que la sonrisa era un estado natural en él. Se encaminó a una especie de entrante en la tienda, separado de la estancia por un secreter con incrustaciones de madera de raíz, y con una expresión a medio camino entre la serenidad y la complicidad me miró.
-               Al contrario. Iba a preparar un café, ¿te apetece? - una media sonrisa se dibujó en mi cara, e inclinando la cabeza en un gesto juguetón, decidí jugarme el todo por el todo.
-               ¿Por qué no?

¡Si me hubieran visto mis amigos...! No hubieran dado crédito a mi actitud, acostumbrados a mi seriedad casi monacal. Uno de ellos, sin que él supiera que yo lo sabía, me había apodado 'Karpov', por mi costumbre inveterada de calcular todos y cada uno de mis movimientos, como si de una jugada magistral se hubiera tratado. Me acusaban siempre de una terrible falta de espontaneidad, de tal modo que siempre pensaba que cometía con ello un gran pecado o una falta digna de reproche eterno.
Quizá fue el ambiente de la tienda, acogedor e íntimo; quizá la sonrisa del dueño, que me observaba discretamente mientras servía el café en tazas de fina porcelana decorada con hermosas flores de inspiración victoriana. Lo cierto es que me dejé ir, sin pensar en nada más.
Y me gustó la sensación.

Se sentó a una mesa junto al secreter, y con un gesto casi imperceptible, pero que sin embargo percibí con total claridad, me invitó a acompañarle, frente por frente.
'¿Eres quien está haciendo todo esto? ¿Eres quien se está dejando llevar por el momento?'. Fuera llovía aún, las calles con un manto brillante de charol, la oscuridad llena de sombras móviles. No sabía qué decir, pero lo dije de todas maneras.
-               Te lo habrán dicho muchas veces, pero tienes una tienda preciosa.
Hizo un gesto de vago asentimiento mientras revolvía el café con tranquilidad. Efectivamente, parecía que se lo habían dicho muchas veces, pero se notaba que le encantaba.
-               Sí, me lo han dicho, pero nunca de esta manera- fijó sus ojos marrones en mí, e hizo una pausa que aún hoy me parece interminable, llena de preguntas y respuestas irrenunciables. Luego prosiguió- En el fondo, esta tienda es un reflejo de lo que me gustaría que fuera la vida: pequeños detalles llenos de historia. Porque cada pieza tiene una historia que contar, un alma que liberar. Como la lámpara que mirabas antes- Me sobresalté levemente, aunque para mí misma me reconocí que era una tontería, era lógico que me hubiera visto- ¿Verdad que parece robada de algún bosque encantado?

No fui capaz de contestarle. Parecía que leyera mis pensamientos, mis más secretos ideales. Le miré a los ojos con expresión extrañada sin saber qué decir, que no pareciera vano o inútil. Decir que sí era evidente; decir que no, necio. Yo, la gran reina de las palabras, de las expresiones afortunadas, caía sin remedio en una trampa tan vieja como el mundo. Por un momento la vida se detuvo en aquella tienda, en aquel ángulo de luz indirecta. Y yo, tan inmóvil, tan inútil como una estatua de piedra gris bajo la lluvia. '¡Vamos!¡Contesta algo!'

-               ¿Te soy sincera? Estoy pensando qué contestarte- levantó las cejas y pareció extrañado- No quiero defraudarte con una contestación mundana.... Sí, lo parece- Y ambos nos reímos.

La atmósfera pareció relajarse por unos momentos, pero luego volvió a cargarse de aquella extraña electricidad que nos envolvía. Nos sostuvimos la mirada durante un lapso de tiempo, ¿un minuto, dos, una eternidad?
Haciendo un supremo esfuerzo, miré hacia afuera. Había dejado de llover. Lo consideré una señal de mi destino, encaminado a un lugar extraño fuera de mi control
-                Será mejor que me vaya, ya he abusado suficientemente de tu hospitalidad. Gracias por todo- hizo un gesto que indicaba que no le importaba, pero me levanté igualmente. Di dos pasos y me volví- Es curioso... Ni siquiera te he preguntado cómo te llamas.
-               ¿Lo has necesitado para hablar conmigo?

Nuevamente mi silencio se impuso ante la imposibilidad de contestar.
Era cierto. No había necesitado saber nada de él, fuera de su existencia, de su sonrisa, de su presencia. Sonreí, y continué caminando. Cada paso hacia la puerta era un mundo que me separaba de un sueño, de una historia aún por escribir. El pomo, extrañamente frío al tacto, giró en el hueco de mi mano, y la calle, húmeda e inhóspita, me recibió en su oscuridad. Mis pasos se perdieron en la noche.
Sé que él se quedó mirando desde la puerta, pero no me giré.

Pasaron semanas. No pude quitarme del pensamiento aquella escena, aunque a veces me pareciera que no la había vivido yo. Cada noche, al apagar la luz, al abrigo de las sábanas, recordaba su mirada clavada en la mía y sentía de nuevo la electricidad entre los dos, envolvente, insistente. Me obligué a olvidar, me impuse otros pensamientos más ¿importantes?, y quise continuar. Mis amigos me miraban atónitos contemplar con gesto alucinado un simple café servido en fina porcelana con flores victorianas, y quien me había puesto mi famoso mote tuvo que preguntarse extrañado qué me pasaba, cuando mi mirada se perdía entre la gente y sonreía sin razón, esperando verle aparecer.
Sé que no fui sincera conmigo misma, pero me negaba a volver sobre mis pasos y recoger el hilo que me unía a su recuerdo. Miraba el rincón escogido de mi casa, y mentalmente colocaba aquella fantástica lámpara, e imaginaba su luz verde, derramada sobre el suelo y las paredes.
Todo me recordaba a él.

Aguanté. Aguanté estoicamente luchando contra mí misma. Hasta que una tarde de lluvia cerré el paraguas en medio de una avenida y dejé que el agua me empapara. Cada gota de lluvia que resbalaba sobre mi cara me recordaba su expresión de tierna preocupación, las luces de los escaparates me sugerían el cálido ambiente de su tienda. Todo se alió en mi contra, mientras la lluvia pegaba la ropa a mi piel ardiente.
De pronto deseé su presencia y supe que no había marcha atrás.

Una tarde cualquiera, no mucho después, decidí comprar la lámpara.
O verle, aún no lo sé.
Entré en la tienda con un gesto que procuré natural y despreocupado, buscando con la mirada la luz verde de la lámpara (o la de sus ojos).
Fue inútil. Sé que me esperaba.
Me esperaba desde aquella tarde de lluvia, tras el cristal de la puerta. Sabía que volvería, con cualquier excusa, y me esperó pacientemente. Leyó antes que yo misma mi deseo y mi pesar y aguardó mi vuelta.
No hubo palabras. Su abrazo fue cálido, envolvente. Buscó mi boca y la encontró entreabierta, llena de esperanza y anhelo, recibiendo su deseo con la misma medida en que yo lo imaginaba en mis noches insomnes. Sentí sus manos bajo mi ropa, ardientes, insistentes, recorriendo mi espalda en una caricia lancinante, siguiendo la línea de mi cintura, mi cadera....
Perdí la noción del tiempo, del espacio, contra su pecho, escondiendo mi cara en el hueco de su cuello, subyugada, palpitante.
Mi siguiente recuerdo fue una cama en la oscuridad, bajo su cuerpo, la piel sudorosa, mi voz entrecortada suplicando por mi cordura entre sus besos, sus manos recorriendo la cara interior de mis muslos, enlazándome en un abrazo lento e inmisericorde.
Luz cegadora, susurros no pronunciados.
Una dicha tan cierta como la noche, tan eterna como la sombra.

Cuando el día despuntaba, me desperté enredada en su cuerpo. Habíamos pasado la noche persiguiéndonos entre las sábanas, insatisfechos y llenos de deseo, de ese deseo que no se colma más que con total entrega y ciega fe. No recordaba haber sentido nunca nada igual, y a mí misma me extrañaba la sensación de comodidad que tenía junto a él. Froté con gesto mimoso mi mejilla contra su pecho, sintiendo el olor de su piel. Sólo por aquel momento ya merecía la pena toda mi vida entera.
Hablamos de mil cosas a media voz, en el tono de las pequeñas confesiones, acariciándonos con calma, sin prisas.
-               ¿Sabes? Esperaba que volvieras. Si me preguntaras por qué, no sabría decirlo, pero lo esperaba. Además, sólo así podría regalarte la lámpara.
Aquello me sacó de mi ensueño.
-               ¿Cómo que vas a regalarme la lámpara? -noté cómo sus dedos recorrían mi espalda lentamente. Le miré a los ojos, y como siempre, me devolvió una mirada divertida.

-               Te la regalo con una única condición: que me permitas contemplarla encendida todas las noches de tu vida, a tu lado. No es mucho pedir, y a la vez que lo es todo. Pero si no lo intento, me arrepentiré toda la vida. ¿Qué me dices?

No le contesté. Trepé por su cuerpo suavemente, rozándome contra su piel. Noté que se estremecía al contacto y recibí aquella energía directamente en mis entrañas. Mi única respuesta fue un beso en el que le entregué todo sin reservas, sin condiciones. ¿Qué hubiera podido decir más que eso?

Llueve tras el cristal, llueve sin cesar. Apoyo la mano en la fría superficie, queriendo atrapar entre mis dedos las gotas de lluvia que resbalan y que se funden en el reflejo de la luz verde de la lámpara, encendida al fondo de la estancia.
En el propio cristal veo mi imagen, y cómo se acerca lentamente por la espalda, abrazándome en silencio. Han pasado tantas noches que pierdo la cuenta de cuántas lunas hemos visto ir y volver de entre las nubes, contándonos en silencio el gran miedo que pasamos lejos el uno del otro antes de coincidir en este universo lleno de sombras.
Miro de reojo la lámpara, en aquel rincón, y siento de verdad que ya cuenta una historia: la nuestra.





Una historia de amor

'Es ideal' , pensé para mis adentros, mientras contemplaba su luz, enmarcada en el ambiente cuasi irreal de la ti...