martes, 27 de febrero de 2018

Cartas boca abajo

La verdad está sobrevalorada.
La verdad como concepto absoluto que lo gobierna todo se predica como un bien necesario.
Pero… ¿de qué me sirve a mí ahora la verdad?
¿Para qué necesito yo saber que ya no me quieres?
¿Acaso voy a ser más feliz con ese descubrimiento?
Seguro que no.
Me lo ratifica la imagen de mi propia cara, fiel reflejo del estupor en todos los espejos de la realidad que me circunda.

Soy un fantasma blanco que emerge de la niebla pura y autocomplaciente del engaño más genuino que existe, el que ejercemos sobre nosotros mismos. A mi alrededor, distingo presencias temporales entre la gente normal que aún sigue engañada, otros fantasmas blancos que van y vienen, ingrávidos, pululantes, sin siquiera rozar el suelo con sus pies terrenales.
Quizás a ellos también les han dicho algo que no necesitaban saber.
Viven conmigo en esta nueva dimensión de la verdad revelada, aunque no me acompañan. Ellos, como yo, evitan mirar de frente al sol y vagan errantes sobre la tierra que nos vio nacer.

Cada día es un nuevo abismo lleno de espacios interminables, espacios que intento llenar con lo poco que me queda. Como si se tratara de un acto de contrición con el que purgar la culpa de inconsciencia, recojo los pedazos de mi vida que han salido volando en la explosión que tus palabras provocaron. Algunos cortan con sus bordes afilados, y los aprieto con fuerza en la palma de mi mano, hasta no sentir nada. Hasta que el dolor se convierte en un eco sordo que apaga el sonido de tu voz en mi mente. Recorro los contornos de la tristeza con la punta de mis dedos, descubriendo en ellos a cada momento esquinas punzantes y circunvoluciones interminables que me distraen por un instante de tu ausencia.

Ahora que estoy a este lado de la realidad, miro atrás y veo que hubo un tiempo en que era feliz y no lo sabía. Habitaba sin consciencia de ello en el limbo de la suposición, creyendo que nada tendría por qué cambiar, barajando cartas con las que nunca jugaba, porque así nunca me arriesgaba ni a ganar ni a perder. No podía imaginar que en ese momento tú ya te habías ido, y contigo te habías llevado todo lo que yo no echaba de menos y ahora sé que es imprescindible para mí.
Lo que no te llevaste fueron las cartas que yo barajaba, y las dejaste sobre la mesa, mostrando el peor pronóstico posible para mí.
Mostrando el final.

Sí, la verdad está sobrevalorada.
Es preferible vivir engañado, contándonos cada noche antes de dormir mentiras que fácilmente podemos creer, mentiras hermosas que durarán tanto como nuestros sueños.
Es preferible que las cartas sigan boca abajo.

martes, 13 de febrero de 2018

Desconcierto en do mayor

Blancas, brillantes, alineadas como un ejército que espera órdenes certeras de su general. Así ve Valeria las teclas del piano que tiene ante sí, extensión de sus propias manos en perfecta comunión con su cabeza, su corazón y su alma. Al colocar los dedos sobre ellas, nota que la energía que fluye de su cuerpo se une al poder del instrumento, generando una onda muy superior a cualquier otra emoción humana. Mediante la música, consegue transmitir al mundo exterior todo lo que siente, sea bueno o malo, sin necesidad de palabras o gestos añadidos.
Dirige su mirada hacia la ventana. Afuera llueve mansamente. Una tarde de invierno como otras muchas, en las que ensaya con la misma disciplina de los últimos veinte años. La misma disciplina que le inculcaron en el Conservatorio, cuando ingresó en la carrera de piano con siete años. La misma disciplina que manejó en sus estudios, en su vida personal, en todos los aspectos que se pudieran imaginar.
Sus manos se colocan en la posición reglamentaria, y como convocadas por una fuerza extraordinaria, comienzan a desgranar la melodía de la partitura con aparente facilidad. Los primeros acordes parecen contar su propia historia, una vida ordenada, cartesiana, siempre al otro lado de la ventana que antes haba contemplado, alejada del caos de lo que los demás dicen o viven. Pautada, como la pieza de música que ejecuta en ese preciso momento, con su ritmo, su propia escala, sus notas correctamente medidas. Un conjunto perfecto en el que no caben errores.
Aparentemente. Aparente facilidad. Expresiones que siempre le han acompañado desde que puede recordar.
“¡Qué fácil lo hace! Parece que hubiera nacido para tocar el piano.”
“Lo hace tan natural…”.
Poco a poco, la melodía sube de intensidad, como si reflejara la evolución de sus pensamientos, en segundo plano, recordando cómo, con voluntad de hierro, ha ido escalando más y más peldaños en la escalera de la vida, a fuerza de renuncias, sacrificios y denodados esfuerzos. Hasta que, en un recodo de aquella escalera, había encontrado a Javier.
Al visualizar su sonrisa en el fondo de su mente, en esa otra dimensión latente que conserva mientras toca, una nota discordante fluye a través de sus dedos y se convierte en desconcierto. Justo en el do mayor.
Detiene abruptamente la melodía.
Otra vez ha vuelto a ocurrir, en el mismo punto, en la misma nota. Como ayer. Como anteayer, y el otro y el otro. Como ocurre todos los días desde que Javier ha roto su esquema de vida pautada y ordenada, arrasando con la quietud. Javier, que le ha demostrado que hay otra vida al otro lado de aquella ventana en la que la lluvia corre en lágrimas desordenadas, se ha llevado su conformidad con todo lo que ha conocido hasta entonces.
Y con él, también se ha llevado el do mayor del octavo compás, en el que encalla irremediablemente una y otra vez en las últimas semanas. Es esa nota fallida como una señal de la vida, un alto en el camino en el que tropieza y cae, pese a saber de antemano que existe. Desgraciadamente, Javier nada sabe de esto, y eso es aún más descorazonador para ella. Porque con ello también ignora que algunas noches, Valeria llora como el mar, aunque cada mañana se jure a sí misma remontar las olas y esquivar el do mayor, reducirlo a corcheas y semicorcheas dominadas por el compás que vibra en su interior. Pero a pesar de sus renovados propósitos, cada vez que llega a ese punto, a esa nota concreta, choca de frente con su propio pensamiento y pierde la armonía.
Y es que Valeria esta enamorada y no lo sabe. El compás que vibra en su interior es en realidad amor. Ella lo llama desconcierto.
Desconcierto en do mayor.



Una historia de amor

'Es ideal' , pensé para mis adentros, mientras contemplaba su luz, enmarcada en el ambiente cuasi irreal de la ti...