La verdad está sobrevalorada.
La verdad como concepto absoluto que lo gobierna todo se predica como un
bien necesario.
Pero… ¿de qué me sirve a mí ahora la verdad?
¿Para qué necesito yo saber que ya no me quieres?
¿Acaso voy a ser más feliz con ese descubrimiento?
Seguro que no.
Me lo ratifica la imagen de mi propia cara, fiel reflejo del estupor en
todos los espejos de la realidad que me circunda.
Soy un fantasma blanco que emerge de la niebla pura y autocomplaciente del
engaño más genuino que existe, el que ejercemos sobre nosotros mismos. A mi
alrededor, distingo presencias temporales entre la gente normal que aún sigue
engañada, otros fantasmas blancos que van y vienen, ingrávidos, pululantes, sin
siquiera rozar el suelo con sus pies terrenales.
Quizás a ellos también les han dicho algo que no necesitaban saber.
Viven conmigo en esta nueva dimensión de la verdad revelada, aunque no me
acompañan. Ellos, como yo, evitan mirar de frente al sol y vagan errantes sobre
la tierra que nos vio nacer.
Cada día es un nuevo abismo lleno de espacios interminables, espacios que
intento llenar con lo poco que me queda. Como si se tratara de un acto de
contrición con el que purgar la culpa de inconsciencia, recojo los pedazos de
mi vida que han salido volando en la explosión que tus palabras provocaron.
Algunos cortan con sus bordes afilados, y los aprieto con fuerza en la palma de
mi mano, hasta no sentir nada. Hasta que el dolor se convierte en un eco sordo
que apaga el sonido de tu voz en mi mente. Recorro los contornos de la tristeza
con la punta de mis dedos, descubriendo en ellos a cada momento esquinas
punzantes y circunvoluciones interminables que me distraen por un instante de
tu ausencia.
Ahora que estoy a este lado de la realidad, miro atrás y veo que hubo un
tiempo en que era feliz y no lo sabía. Habitaba sin consciencia de ello en el
limbo de la suposición, creyendo que nada tendría por qué cambiar, barajando
cartas con las que nunca jugaba, porque así nunca me arriesgaba ni a ganar ni a
perder. No podía imaginar que en ese momento tú ya te habías ido, y contigo te
habías llevado todo lo que yo no echaba de menos y ahora sé que es
imprescindible para mí.
Lo que no te llevaste fueron las cartas que yo barajaba, y las dejaste
sobre la mesa, mostrando el peor pronóstico posible para mí.
Mostrando el final.
Sí, la verdad está sobrevalorada.
Es preferible vivir engañado, contándonos cada noche antes de dormir
mentiras que fácilmente podemos creer, mentiras hermosas que durarán tanto como
nuestros sueños.
Es preferible que las cartas sigan boca abajo.