Llevaba un rato mirando el cuadro de la pared del fondo, a la izquierda,
por encima de su hombro, intentando desentrañar qué podría significar aquel
conjunto de líneas de colores que dibujan una espiral difuminada y enroscada
sobre sí misma.
-
¿En qué estás pensando?
La voz de Alejandro me saca de mis pensamientos y le miro por el rabillo
del ojo, un poco sorprendida de haberme evadido hasta el punto de perder el
hilo de la conversación que manteníamos.
-
Nada en particular- le miento a medias.
Digo mentir a medias,
porque, fuera de buscar el sentido del cuadro, no pensaba en nada concreto en
aquel momento. Quizás porque eso es lo único que necesito ahora mismo, no
pensar. No analizar, no sopesar posibilidades ni opciones, ni tomar decisiones.
Simplemente vivir.
Suspiro, y dejo caer los
hombros.
La imagen de la espiral
me ha apartado momentáneamente de mis buenos propósitos, hablándome de algo que
conozco, pero que no sé describir con palabras simples.
Él no se deja engañar
por mi respuesta y me observa en silencio, frunciendo levemente el entrecejo en
un gesto que he aprendido a interpretar como atención escrutadora de las
reacciones ajenas. Algo en lo que se ha revelado como un auténtico
especialista. No en vano es psicólogo, y acudo a él con cierta regularidad para
clarificar mis pensamientos entre la maraña de vivencias que me asalta día a
día en mi camino.
Compongo una sonrisa,
dirigida a mis pensamientos.
Creo que al final me
conoce bastante bien, aunque no seamos amigos, ni hayamos compartido más
vivencias que las sesiones de terapia de las que salgo reconciliada conmigo
misma y con el mundo que me acompaña. Pero sí sé que conoce mis reacciones y mi
comportamiento ante ciertas situaciones, que no dejan de ser bastante
predecibles.
Su silencio me invita a
hablar, y continuar el diálogo en el mismo punto en el que ha quedado estancado
con mi última respuesta. Quiero hacerlo, pero mi mirada vuelve una y otra vez,
de forma hipnótica, hacia el cuadro de la pared.
-
No he sido del todo sincera contigo- comienzo a decir, mirándole de frente durante
unos segundos, que son el signo de puntuación necesario para continuar mi
argumento- Estoy mirando ese cuadro, y lo
cierto es que no sé por qué. Pero no puedo evitarlo.
Se gira para mirar en la
dirección que acabo de indicar con un movimiento de cabeza, y luego se vuelve
hacia mí, con media sonrisa.
-
¿Qué es lo que te sugiere esa imagen? – me pregunta, acomodándose en el sillón.
-
Pues… - dudo unos instantes, sin dejar de mirarla, intentando desentrañar el
significado que parece gritarme desde el interior del marco metálico que la
encuadra- Me sugiere movimiento, pero
también algo más que no sabría describir sin caer en algún tópico.
-
Inténtalo. Olvida los tópicos y dilo sin rodeos- me anima.
Vuelvo a mirarle. No
puedo evitar ruborizarme. Es muy evidente que se está divirtiendo con la
situación.
Dividida entre la
llamada silenciosa del cuadro y su actitud, elijo seguir el sendero de su
indicación, pensando que así podré matar dos pájaros de un tiro: saber por qué
me llama tanto la atención la imagen, y por qué sonríe como si me comprendiera
muy bien.
-
Parece que me llamara. Esa espiral girando hacia
abajo, - describo el movimiento
con la mano- es como un abismo que cae hacia la oscuridad. Del mismo modo que dicen que
llama el vacío cuando te asomas a una ventana abierta. La forma poética de
llamar a la fuerza de la gravedad, ¿no crees?
Él no me responde en
seguida. Asiente en silencio unos segundos, y después gira su silla en
dirección a la pared. Alarga las manos hacia el cuadro, y lo descuelga. Lo
contempla unos segundos entre sus manos y después, lo deposita sobre su regazo,
volviéndolo hacia mí.
-
Tienes una percepción muy aguda de lo que te
rodea, ya hemos hablado de eso en otras ocasiones. ¿Sabes cuál es el título de
este cuadro? - me lo alarga
vuelto del revés, para que pueda leerlo escrito en la parte trasera, de puño y
letra de su autor.
-
¿Cuál? – pregunto, intrigada por el sesgo de la conversación.
Mis ojos corroboran sus
palabras, como si leyeran en voz alta mis pensamientos.
Sonrío convencida. De
pronto, todo encaja.
-
Empujón al vacío.