domingo, 18 de marzo de 2018

Empujón al vacío

Llevaba un rato mirando el cuadro de la pared del fondo, a la izquierda, por encima de su hombro, intentando desentrañar qué podría significar aquel conjunto de líneas de colores que dibujan una espiral difuminada y enroscada sobre sí misma.
-                ¿En qué estás pensando?

La voz de Alejandro me saca de mis pensamientos y le miro por el rabillo del ojo, un poco sorprendida de haberme evadido hasta el punto de perder el hilo de la conversación que manteníamos.
-                Nada en particular- le miento a medias.

Digo mentir a medias, porque, fuera de buscar el sentido del cuadro, no pensaba en nada concreto en aquel momento. Quizás porque eso es lo único que necesito ahora mismo, no pensar. No analizar, no sopesar posibilidades ni opciones, ni tomar decisiones. Simplemente vivir.
Suspiro, y dejo caer los hombros.
La imagen de la espiral me ha apartado momentáneamente de mis buenos propósitos, hablándome de algo que conozco, pero que no sé describir con palabras simples.

Él no se deja engañar por mi respuesta y me observa en silencio, frunciendo levemente el entrecejo en un gesto que he aprendido a interpretar como atención escrutadora de las reacciones ajenas. Algo en lo que se ha revelado como un auténtico especialista. No en vano es psicólogo, y acudo a él con cierta regularidad para clarificar mis pensamientos entre la maraña de vivencias que me asalta día a día en mi camino.
Compongo una sonrisa, dirigida a mis pensamientos.
Creo que al final me conoce bastante bien, aunque no seamos amigos, ni hayamos compartido más vivencias que las sesiones de terapia de las que salgo reconciliada conmigo misma y con el mundo que me acompaña. Pero sí sé que conoce mis reacciones y mi comportamiento ante ciertas situaciones, que no dejan de ser bastante predecibles.

Su silencio me invita a hablar, y continuar el diálogo en el mismo punto en el que ha quedado estancado con mi última respuesta. Quiero hacerlo, pero mi mirada vuelve una y otra vez, de forma hipnótica, hacia el cuadro de la pared.
-                No he sido del todo sincera contigo- comienzo a decir, mirándole de frente durante unos segundos, que son el signo de puntuación necesario para continuar mi argumento- Estoy mirando ese cuadro, y lo cierto es que no sé por qué. Pero no puedo evitarlo.

Se gira para mirar en la dirección que acabo de indicar con un movimiento de cabeza, y luego se vuelve hacia mí, con media sonrisa.
-                ¿Qué es lo que te sugiere esa imagen? – me pregunta, acomodándose en el sillón.
-                Pues… - dudo unos instantes, sin dejar de mirarla, intentando desentrañar el significado que parece gritarme desde el interior del marco metálico que la encuadra- Me sugiere movimiento, pero también algo más que no sabría describir sin caer en algún tópico.
-                Inténtalo. Olvida los tópicos y dilo sin rodeos- me anima.

Vuelvo a mirarle. No puedo evitar ruborizarme. Es muy evidente que se está divirtiendo con la situación.

Dividida entre la llamada silenciosa del cuadro y su actitud, elijo seguir el sendero de su indicación, pensando que así podré matar dos pájaros de un tiro: saber por qué me llama tanto la atención la imagen, y por qué sonríe como si me comprendiera muy bien.
-                Parece que me llamara. Esa espiral girando hacia abajo, - describo el movimiento con la mano- es como un abismo que cae hacia la oscuridad. Del mismo modo que dicen que llama el vacío cuando te asomas a una ventana abierta. La forma poética de llamar a la fuerza de la gravedad, ¿no crees?

Él no me responde en seguida. Asiente en silencio unos segundos, y después gira su silla en dirección a la pared. Alarga las manos hacia el cuadro, y lo descuelga. Lo contempla unos segundos entre sus manos y después, lo deposita sobre su regazo, volviéndolo hacia mí.
-                Tienes una percepción muy aguda de lo que te rodea, ya hemos hablado de eso en otras ocasiones. ¿Sabes cuál es el título de este cuadro? - me lo alarga vuelto del revés, para que pueda leerlo escrito en la parte trasera, de puño y letra de su autor.
-                ¿Cuál? – pregunto, intrigada por el sesgo de la conversación.
Mis ojos corroboran sus palabras, como si leyeran en voz alta mis pensamientos.
Sonrío convencida. De pronto, todo encaja.

-                Empujón al vacío.

jueves, 15 de marzo de 2018

Contigo, conmigo

Llego un poco pronto, lo sé, pero es algo que acostumbro a hacer siempre de forma deliberada. Cuando acudo a una cita me gusta tener un poco de margen de tiempo, porque así sé que podré disponer de unos minutos para llegar sin prisas y afrontar la situación con tranquilidad. Así es que, en muchas ocasiones, por no decir todas, soy la primera en llegar.

Camino con calma, sintiendo el incipiente calor del sol que asoma entre las nubes ligeras, mientras busco con la mirada el lugar en el que hemos quedado en vernos. No puedo evitar pensar qué distinto parece un sitio en función de lo que en él vivamos. He pasado docenas de veces por este mismo camino, y, a diferencia de otros días, hoy me resulta más amplio y luminoso que de costumbre.
Escojo para sentarme un banco de madera que en este momento está vacío, estratégicamente situado junto a un sauce llorón de grandes brazos. Por un momento me fijo en sus largas ramas adornadas por hojas de verde claro, que acarician el suelo del paseo con movimientos suaves y pausados, recordando la cadencia de las olas del mar. Incluso el sonido que produce el roce parece sugerir calma, equilibrio… todo lo que ahora necesito mientras estoy a solas conmigo misma.

Vuelvo la mirada hacia mi derecha, esperando encontrar tu cara entre la gente que viene y va por el paseo de curvas ondulantes. Escruto entre ellas buscando tus ojos, tu sonrisa, algún detalle que te personalice entre el mundo que me rodea y me acompaña por un momento que se me antoja eterno. No lo veo, todos me resultan ajenos, indiferentes, y regreso a mis pensamientos, nerviosos y circulares mientras no estás a mi lado.
Corrijo con un par de movimientos precisos el pelo que me ha revuelto la brisa de la primavera, que insinúa su presencia ante un invierno que insiste en quedarse, y después mis manos siguen el resto de mi indumentaria, verificando que todos los detalles estén en orden.

En esas situaciones acude siempre una frase a mi mente … “Si no estás a gusto contigo mismo, no puedes esperar que nadie esté a gusto a tu lado”.
Y sé que es cierto, que tiene su lógica. Por eso intento siempre seguir esa filosofía, procurar a los demás lo mismo que a mí me gustaría obtener de ellos: un momento agradable en sus vidas, en el instante que compartan conmigo. Así que respiro hondo, y me imagino el momento en el que te sientes a mi lado y se inicie nuestra conversación.

Sé que, de pronto, todo será fácil. Tan fácil como parece el truco en el que el prestidigitador agita su varita sobre la chistera y, con un movimiento sutil y lleno de gracia, hace aparecer sobre ella una profusión de mariposas, pañuelos e ilusión. Bastará con que encuentre tu mirada para que se desvanezcan todos mis pensamientos actuales, y en su lugar, surja la magia del momento.
Sé también que será un momento en el que nada más exista en el mundo exterior. Que no importará ni el espacio ni el tiempo, ni la vida cotidiana, ni la tediosa rutina del día a día. Será una hermosa burbuja de cristal, delicada y sonrosada, que flota en el universo de las cosas hermosas, mientras el resto de la gente vive, pelea, disfruta o sufre, pregunta o esconde… lejos de nosotros. Lejos del sueño que comparto contigo, conmigo.
Sin darme cuenta, mis labios se curvan en una sonrisa que refleja mis pensamientos.


-         ¿Llevas mucho tiempo esperándome?

Tu voz me sobresalta, haciéndome emerger de mi imaginación. En la orilla de la realidad, encuentro tu mirada y tu sonrisa, y en un acto reflejo, yo también sonrío.


-         Toda mi vida.

martes, 13 de marzo de 2018

Un largo trayecto

Es difícil encontrar tu lugar en la vida. Sí, muy difícil.
Ése que te pertenece por derecho propio, que es sólo tuyo, y en el que te sentirás tan a gusto como en tu propia piel.
Desde que puedo recordar, mi mayor afán ha sido encontrar mi sitio. Siempre he imaginado que ese lugar sería como entrar a un círculo de luz dibujado en el centro del escenario de un teatro, tomar aire y después representar el papel que te corresponde.
Pero con el paso del tiempo, y para mi infortunio, he descubierto que no es así. No… no es un sitio marcado con símbolos pintados en el suelo, como en la sala de espera del DNI o en las colas de los bancos, pese a que el mensaje de éstos “Espere su turno”, sea sumamente inspirador.
Esperar, puede que ésa sea la clave. Esperar y nunca dejar de intentarlo, aunque a veces el viaje pueda resultar desalentador.

Camino por las calles, de vuelta a casa como cada día. En mi firme propósito por vivir el presente sin perder de vista la línea del horizonte, intento aprehender en mi memoria, por pequeño que sea, cada detalle que registran mis ojos. Observo con cierta curiosidad los gestos de las personas que cruzan a mi lado en el paso de peatones, la paciencia de quien espera que llegue su autobús sentado en la parada, el inocente ensayo de primavera de algún árbol de tiernas ramas sonrosadas que ha florecido con la intención de sobrevivir a las despiadadas heladas del invierno… Todos viven su existencia de la mejor forma posible, empeñados en ocupar el lugar que les corresponde en el mundo. Como lo intentamos todos, con más o menos fortuna, me digo a mí misma.

Mi mirada asciende hacia las ventanas de las casas, recubiertas de un resplandor plateado. De entre todas ellas destaca un balcón, en el que un hombre contempla la calle asomando sólo medio cuerpo, mientras sujeta la puerta de cristal con una mano, como si no se atreviera a exponerse del todo a la temperatura exterior. Curioso simbolismo, pienso, moviendo la cabeza. Buscamos, avanzamos, exploramos… pero no siempre aceptamos riesgos que no podamos controlar.
¿Eso es temor infundado?
¿Quizá prudencia?
Instinto de conservación, me respondo mentalmente, mientras mis pasos me llevan calle abajo. Entretanto, el hombre del balcón se retira de su puesto y vuelve a cerrar la puerta, cubriendo su sombra al correr el visillo con la mano. Un gesto que sirve de transición a mis pensamientos.

Cada nueva imagen en mi trayecto me trae a la mente una nueva reflexión.
Carteles en las paredes que parecen conformar un empapelado urbano que muda de piel con el paso del tiempo… “Excursión a las Rías Baixas”, “Se hacen portes”, “Se vende apartamento próximo a la estación de tren”
Cada uno de ellos proyecta con sus mensajes una cierta sensación de provisionalidad, de situaciones que caducan, que mutan, que necesariamente van a cambiar. Su existencia temporal parece apoyar mi opinión, personal e intransferible, de que la vida finalmente se basa en la búsqueda de un sitio, de una oportunidad, de una posición. Ir subiendo escalones, recorriendo senderos llenos de cruces de caminos, hasta encontrar nuestro puesto. El puesto que siempre hemos soñado.

Llego ante el portal de mi casa, y me encuentro a mí misma ante la puerta con la llave en la mano. No puedo evitar hacerme preguntas.
¿Es éste mi lugar en la vida?
¿Éste es el puesto que me corresponde?
Mi imagen reflejada en el cristal de la puerta, tamizada en un halo de luz y sombra, es la que irremediablemente me da la respuesta.
No, de ningún modo.
He llegado a casa, pero sé muy bien que aún no he encontrado mi sitio en la vida. Y aún sigo buscándolo en cada rostro, en cada ventana, en cada árbol naciente y cada cielo de cada día de mi vida, esperando encontrarlo en cualquier momento, en cualquier lugar, en algún recodo de un cruce de caminos que de sentido a mi propio destino.

Sí, lo sé.

Es difícil encontrar tu lugar en la vida. Sí, muy difícil.

Una historia de amor

'Es ideal' , pensé para mis adentros, mientras contemplaba su luz, enmarcada en el ambiente cuasi irreal de la ti...