lunes, 23 de abril de 2018

Llueve

Llueve tras el cristal. 
Son suaves gotas sin forma, ni color.
Traen apenas un suave murmullo que de pronto me asalta en medio de mis quehaceres diarios, hasta convertirse en una música lenta y nostálgica que habla de nosotros.
Sonrío, y con un gesto rápido de mis manos aparto los papeles que me rodean hacia un lado, y miro con gesto soñador hacia fuera. Los regueros de agua en el cristal parecen lágrimas que se deslizan ora lentas, ora frenéticas, en figuras retorcidas y caprichosas. Recuerdo, siendo niña, que me gustaba seguir el curso de las gotas de lluvia con la yema del dedo, intentando adivinar la dirección que tomarían. Y desde entonces aprendí que es muy difícil calcular con anticipación donde terminarán. 
Como la vida misma.

Me levanto lentamente de la silla, y dirijo mis pasos a la ventana. Por un momento, me permito ser de nuevo niña, y poso los dedos sobre el cristal, regresando a la inocencia de un tiempo que creía olvidado. Las gotas siguen la fuerza de la gravedad, se empujan unas a otras, sumándose a la huida de la realidad hasta llegar al suelo, brillante y también mojado.
Pienso en ti. 
Pienso en nosotros. 
Pienso en lo hermoso que sería revivir una vez más aquel momento bajo la lluvia. 
Hace tanto tiempo… y sin embargo, tan presente está en mis recuerdos más preciados, creo que fue ayer cuando ocurrió. 
De nuevo una sonrisa se dibuja en mi cara, curioso contraste con la lluvia que cae incansable e invencible desde el cielo gris. 
¿Quién dice que la lluvia es triste? 
De ningún modo. 

Si te recuerdo a mi lado, nada puede haber triste. Y te recuerdo, feliz, confiado, sonriendo bajo el chaparrón que nos sorprendió aquella tarde de otoño, mientras yo me lamentaba porque no llevábamos paraguas. Me tomaste de las manos, y sin dejar de sonreír, me dijiste
“Siente la lluvia, vívela sin más. Siéntete viva.”

Me quedé sorprendida. No esperaba esa reacción. Hubiera creído que, siguiendo la lógica de los gestos aprendidos, correríamos a buscar refugio bajo algún techo cercano. Pero tus palabras me mostraron una realidad que estaba viviendo sin saberlo. 
La de los momentos únicos. 
Y allí, bajo la lluvia, busqué tu boca y me entregaste el más especial de los besos.
Y me hiciste sentir viva.

Regreso al presente, al que contempla la lluvia tras el cristal, y se abandona a la ensoñación. No me resisto a tomar el teléfono móvil entre mis manos, y escribir un simple mensaje que estoy muy segura de que entenderás.
“Está lloviendo, amor, ¿te has dado cuenta?”

Y sé que cuando lo leas, sentado a tu mesa, tan rodeado de papeles como lo estoy yo, mirarás hacia la ventana y recordarás mi sonrisa bajo la caricia mojada de la lluvia de octubre en tu memoria.
Y tú también sonreirás.


martes, 10 de abril de 2018

El día más largo

00:13 horas
El sonido del portazo que has dado al marcharte aún se repite en el vacío de la habitación, multiplicándose en ondas concéntricas dentro de mi cabeza. Recuerda a un pantano de aguas verdes, oscuro y espeso, en el que se pierden todas las piedras que lanzamos con la esperanza de que, contra todo pronóstico, floten. Pero todas se hunden, formando en el fondo una muralla de resentimiento y pesar.

Sospecho que ese eco que yo creo oír se convertirá en un signo de puntuación simbólica para nuestra relación, a modo de un punto final infinito que se reproducirá una y otra vez en mis recuerdos.
Al fondo de la estancia, el tictac del reloj marca el compás del silencio que, de pronto, me ha envuelto entre sus brazos. Si intento zafarme del sutil lazo que traza alrededor de mi cuello, me encuentro de bruces con la incomprensión. 
Vacío, piedra o lazo, todos me llevan al mismo lugar: el dolor.

2:49 horas
Matar o morir.
Claudicar o luchar.
Insistir por salvar lo que aún pueda quedar, o tirar la toalla con desaliento.
Yo, que nunca he creído en las súplicas, he agotado todo mi repertorio en llamadas fallidas a tu teléfono móvil, que ha dejado de contestar, y emite un mensaje de desconexión final. 
¿Qué podría decir que no haya dicho ya en persona?
¿Cambiará algo una palabra, unas letras escritas a la luz de la desesperación, unas frases hilvanadas con premura?
El silencio me responde. 
No.

4:25 horas
Las sombras de la pared reproducen para mí una escena de desolación en clave chinesca, alargándose o encogiéndose según pasen las luces de algún coche que circule por la calle. 
Pero ninguno es el tuyo. 
Ninguno se detiene frente a nuestra casa. 
Todos pasan de largo y animan este escenario vacío, repleto de temor y ansiedad.

Las miro y me reconozco en todas y cada una de ellas. Unas veces amplias y envolventes, otras, huidizas y esquivas, empujadas por una fuerza mayor a la de su propia existencia. Repiten una y otra vez su oscuro paso de baile ante mis ojos doloridos, cansados de llorar lágrimas ásperas. A través de ellas el mundo se desdibuja unos instantes.
Sería mejor así. Un mundo sin contornos, sin límites.
Un mundo vacío.

5:38 horas
No me he movido del sitio en el que me has dejado, esperando en vano que regreses. Sólo el reloj me habla sin palabras, dictándome el guión del día más largo que pueda recordar en toda mi existencia. Soy parte del silencio, de la oscuridad, de mis más profundos miedos, del abismo profundo y sin salida que auguro en mi vida en los próximos tiempos. Más días largos como esta larga noche.
¿Tiene dimensión el vacío? 
¿Será tan amplia esa dimensión como el silencio?

7:49 horas
Asoma la luz del nuevo día por una esquina de la ventana, reemplazando a las farolas, que van apagándose por fases a lo largo de toda la calle. Siento que, del mismo modo, se apagan las esperanzas en mi corazón. 
Luces fundidas.
Todo regresa a la normalidad al otro lado del cristal. La gente que pasa, la vida que inicia una vez más su ciclo eterno, su representación llena de actores de oportunidad.
Todo parece como siempre.
Pero sólo yo sé que no volverás.


lunes, 2 de abril de 2018

La torre oscura

No, no cualquier tiempo pasado fue mejor.
Mi memoria me susurra al oído recuerdos que preferiría tener olvidados, y que me han traído hasta aquí, hasta este preciso instante. Ella, y sólo ella, funciona de relator implacable, describiendo con voz clara y segura hasta el más mínimo detalle de las luces y sombras de mi pasado. Es capaz de mostrarme incluso lo que nunca creí recordar, pero que también forma parte de mi historia.
De su historia.
De nuestra historia.

Pasa y siéntate. Quizás encuentres, tras el desastre, alguna silla que haya quedado en pie después de recolocar toda mi vida una vez más. Quédate y escucha esta historia, por si acaso te sirve de algo la experiencia, aunque bien sé que nadie escarmienta en cabeza ajena.
Lo sé. Yo tampoco lo hice.
A lo largo de estos años, he escuchado muchas historias parecidas que hablaban de errores y decepciones, y nunca creí que ninguna pudiera llegar a convertirse en realidad para mí.
“Eso son cosas que sólo les pasan a los demás”, me decía convencida de mis argumentos, segura de nunca fallar.
Miraba incluso con indulgencia a quienes relataban sus vivencias, llegando a pensar que quizás las exageraban con el fin de inspirar una mayor pena. Sólo después supe cuánto me equivocaba. En eso, y en otras muchas cosas que aún debían de ocurrirme a lo largo del camino de la vida.

Le conocí cuando menos lo necesitaba. En ese preciso instante en el que ya lo tienes todo y no precisas de nada más en la vida. Lo tomé como un extra del destino, que quería recompensarme por alguna buena obra que hubiera hecho, o que simplemente me ponía en mi camino para ser más feliz. Creí que había caído del cielo, creado especialmente por el Universo para mí. Sólo así puede explicarse que, pese a las continuas decepciones a las que me enfrentaba día a día, me convenciera a mí misma de que conocerle había sido algo bueno. Perdonaba los desplantes, justificaba las ausencias, obviaba los olvidos… Transformé mi existencia hasta entonces llena de luz en una torre oscura a la que sólo él tenía acceso. Y aún así, a pesar de todos mis intentos, tampoco funcionó.
Un mal día (o bueno para él), abrió la puerta de par en par y se fue, dejándome a solas con un almacén repleto de esperanzas truncadas y la desilusión por bandera.
Ya no había nada más que perdonar, ni justificar, ni olvidar.
Su ausencia tenía ya tal magnitud que era imposible de salvar.
¿Salvar de qué?
¿Salvar de quién?
Pues sin duda, de mí misma.
Me quedé anclada en la oscuridad, incapaz de volver a mirar a la luz sin sentir temor ante el futuro. Encerrada en mi torre oscura, inaccesible, infranqueable. Insalvable una vez más.

Conozco esa mirada. Sí, esa que no crees que tengas ahora mismo al escuchar mis palabras. Yo también alguna vez enarqué las cejas disimuladamente, procurando no delatar mis pensamientos ante quien me contaba cosas parecidas. Crees que podrás evitar una situación así, que tienes más información y más medios para anticiparte a cualquier acontecimiento. Que serás más inteligente, infinitamente más hábil. Que lograrás construir tu vida en la línea del horizonte en la que se pone el sol, y ver brillar todos tus días con el esplendor de los buenos recuerdos.
Pero fallarás.
Porque la luz de la felicidad te deslumbrará tanto que no serás capaz de ver los ángulos muertos, las esquinas llenas de mentiras piadosas, los restos de auto engaño con los que a todos nos gusta regalarnos.

No, no cualquier tiempo pasado fue mejor.
Pero tampoco peor que lo que pueda ser ahora su ausencia.



Una historia de amor

'Es ideal' , pensé para mis adentros, mientras contemplaba su luz, enmarcada en el ambiente cuasi irreal de la ti...