Llueve tras el cristal.
Son suaves gotas sin forma, ni color.
Traen apenas un suave murmullo que de pronto me asalta en medio de mis quehaceres diarios, hasta convertirse en una música lenta y nostálgica que habla de nosotros.
Sonrío, y con un gesto rápido de mis manos aparto los papeles que me rodean hacia un lado, y miro con gesto soñador hacia fuera. Los regueros de agua en el cristal parecen lágrimas que se deslizan ora lentas, ora frenéticas, en figuras retorcidas y caprichosas. Recuerdo, siendo niña, que me gustaba seguir el curso de las gotas de lluvia con la yema del dedo, intentando adivinar la dirección que tomarían. Y desde entonces aprendí que es muy difícil calcular con anticipación donde terminarán.
Como la vida misma.
Me levanto lentamente de la silla, y dirijo mis pasos a la ventana. Por un momento, me permito ser de nuevo niña, y poso los dedos sobre el cristal, regresando a la inocencia de un tiempo que creía olvidado. Las gotas siguen la fuerza de la gravedad, se empujan unas a otras, sumándose a la huida de la realidad hasta llegar al suelo, brillante y también mojado.
Pienso en ti.
Pienso en nosotros.
Pienso en lo hermoso que sería revivir una vez más aquel momento bajo la lluvia.
Hace tanto tiempo… y sin embargo, tan presente está en mis recuerdos más preciados, creo que fue ayer cuando ocurrió.
De nuevo una sonrisa se dibuja en mi cara, curioso contraste con la lluvia que cae incansable e invencible desde el cielo gris.
¿Quién dice que la lluvia es triste?
De ningún modo.
Si te recuerdo a mi lado, nada puede haber triste. Y te recuerdo, feliz, confiado, sonriendo bajo el chaparrón que nos sorprendió aquella tarde de otoño, mientras yo me lamentaba porque no llevábamos paraguas. Me tomaste de las manos, y sin dejar de sonreír, me dijiste
“Siente la lluvia, vívela sin más. Siéntete viva.”
Me quedé sorprendida. No esperaba esa reacción. Hubiera creído que, siguiendo la lógica de los gestos aprendidos, correríamos a buscar refugio bajo algún techo cercano. Pero tus palabras me mostraron una realidad que estaba viviendo sin saberlo.
La de los momentos únicos.
Y allí, bajo la lluvia, busqué tu boca y me entregaste el más especial de los besos.
Y me hiciste sentir viva.
Regreso al presente, al que contempla la lluvia tras el cristal, y se abandona a la ensoñación. No me resisto a tomar el teléfono móvil entre mis manos, y escribir un simple mensaje que estoy muy segura de que entenderás.
“Está lloviendo, amor, ¿te has dado cuenta?”
Y sé que cuando lo leas, sentado a tu mesa, tan rodeado de papeles como lo estoy yo, mirarás hacia la ventana y recordarás mi sonrisa bajo la caricia mojada de la lluvia de octubre en tu memoria.
Y tú también sonreirás.